Portada de Love streams, Tim Hecker, 2016. |
Hay
varias maneras de enfrentarse a la escucha de un disco de música, pero todas
pueden condensarse esencialmente en dos: una escucha activa y otra escucha
pasiva. La escucha activa es aquella que llevas a cabo dirigiendo toda tu
atención hacia el sonido, intentando memorizar las melodías, distinguiendo las
voces, marcando los ritmos, relacionando con otras escuchas, contrastando lo
que oyes con el horizonte de expectativas que te habías forjado. La otra, una
escucha pasiva, está más relacionada con el subconsciente, con dejar el sonido
fluir y relajar la mente, meditar, permitir al sonido convertirse en parte de
la atmósfera, dejar que te introduzca su mensaje mediante una especie de
hipnosis. Con Tim Hecker yo cometí el error de introducirme en su música a
través de la escucha activa. Pero su música no está hecha para ese tipo de
análisis, no es una música concebida para ser racionalizada, o al menos esa es
la conclusión a la que he llegado tras la aparición de este Love streams. Su música existe para ser
sentida.
Tim
Hecker es un artista canadiense que trabaja una música electrónica basada en la
experimentación sonora. Hace algo que recuerda un poco a la escultura, crea un
corpus sonoro inmenso, como una gran roca de mármol, y posteriormente va
cincelando ese corpus hasta que le queda la obra sonora en sí, una canción
extraña, llena de sonidos que parecen fluir a sus anchas, mezclándose. Si
tratas de realizar una escucha activa de la música de Tim Hecker, especialmente
en álbumes como Ravedeath, 1972,
puedes encontrarte con la frustrante sensación de que el sonido no avanza. Pero
sí lo hace. Sus canciones son como un océano lleno de olas, infinitud de olas,
todas ellas distintas, pero que pueden parecer idénticas.
Si
algo llama la atención de este nuevo álbum, en contraposición a sus trabajos
anteriores, es la inclusión de voces humanas. Hasta ahora, sus trabajos habían
estado protagonizados por instrumentos de todo tipo: pianos, violas, sonidos
sintetizados, samples de música rave… Pero nunca voces humanas. La
participación de las voces de una agrupación coral islandesa supone un paso adelante
en la música de este autor. La forma de tratar la voz humana de Tim es bastante
peculiar, es difícil encontrar la expresión exacta… No suena como una voz
humana, pero tampoco suena deshumanizada. No suena como un instrumento más,
pero tampoco se impone como la voz central de las piezas. Y por supuesto, no
tiene nada que ver con los experimentos que han realizado otros artistas sobre
la voz humana, como Björk en Medúlla
(más cercano al beat-boxing, no tanto
experimentación con la secuenciación de la voz sino más bien con las
alteraciones del timbre y las propiedades rítmicas de la voz humana). Estas
voces suenan envolventes y a la vez volátiles, difusas. No deja de resultar
curioso pensar que Tim Hecker haya contratado a Jóhann Jóhannsson para la
composición de las partituras que seguiría esta agrupación coral, teniendo en
cuenta el potentísimo tratamiento al que han sido sometidas esas voces después.
Uno se pregunta cómo serían las partituras originales.
En
general, en Love streams nos
encontraremos una variedad de instrumentos bastante amplia, pero todos ellos
contribuyen a crear una especie de bruma, un sonido que nos resultará familiar
si estamos acostumbrados a los trabajos de este autor y que queda bien
ilustrado en la imagen de la portada, en títulos como Music of the air, o en la pieza de videoarte que ilustra el tema Castrati stack. Es un disco color azul y
violeta, un disco para ser olido más que escuchado, para ser más sentido que entendido,
un lugar adecuado para meditar, para tomar distancia del mundo sin salir de él.
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