9/6/16

Reseña de Love streams, de Tim Hecker

Portada de Love streams, Tim Hecker, 2016.
Hay varias maneras de enfrentarse a la escucha de un disco de música, pero todas pueden condensarse esencialmente en dos: una escucha activa y otra escucha pasiva. La escucha activa es aquella que llevas a cabo dirigiendo toda tu atención hacia el sonido, intentando memorizar las melodías, distinguiendo las voces, marcando los ritmos, relacionando con otras escuchas, contrastando lo que oyes con el horizonte de expectativas que te habías forjado. La otra, una escucha pasiva, está más relacionada con el subconsciente, con dejar el sonido fluir y relajar la mente, meditar, permitir al sonido convertirse en parte de la atmósfera, dejar que te introduzca su mensaje mediante una especie de hipnosis. Con Tim Hecker yo cometí el error de introducirme en su música a través de la escucha activa. Pero su música no está hecha para ese tipo de análisis, no es una música concebida para ser racionalizada, o al menos esa es la conclusión a la que he llegado tras la aparición de este Love streams. Su música existe para ser sentida.
Tim Hecker es un artista canadiense que trabaja una música electrónica basada en la experimentación sonora. Hace algo que recuerda un poco a la escultura, crea un corpus sonoro inmenso, como una gran roca de mármol, y posteriormente va cincelando ese corpus hasta que le queda la obra sonora en sí, una canción extraña, llena de sonidos que parecen fluir a sus anchas, mezclándose. Si tratas de realizar una escucha activa de la música de Tim Hecker, especialmente en álbumes como Ravedeath, 1972, puedes encontrarte con la frustrante sensación de que el sonido no avanza. Pero sí lo hace. Sus canciones son como un océano lleno de olas, infinitud de olas, todas ellas distintas, pero que pueden parecer idénticas.
Si algo llama la atención de este nuevo álbum, en contraposición a sus trabajos anteriores, es la inclusión de voces humanas. Hasta ahora, sus trabajos habían estado protagonizados por instrumentos de todo tipo: pianos, violas, sonidos sintetizados, samples de música rave… Pero nunca voces humanas. La participación de las voces de una agrupación coral islandesa supone un paso adelante en la música de este autor. La forma de tratar la voz humana de Tim es bastante peculiar, es difícil encontrar la expresión exacta… No suena como una voz humana, pero tampoco suena deshumanizada. No suena como un instrumento más, pero tampoco se impone como la voz central de las piezas. Y por supuesto, no tiene nada que ver con los experimentos que han realizado otros artistas sobre la voz humana, como Björk en Medúlla (más cercano al beat-boxing, no tanto experimentación con la secuenciación de la voz sino más bien con las alteraciones del timbre y las propiedades rítmicas de la voz humana). Estas voces suenan envolventes y a la vez volátiles, difusas. No deja de resultar curioso pensar que Tim Hecker haya contratado a Jóhann Jóhannsson para la composición de las partituras que seguiría esta agrupación coral, teniendo en cuenta el potentísimo tratamiento al que han sido sometidas esas voces después. Uno se pregunta cómo serían las partituras originales.


En general, en Love streams nos encontraremos una variedad de instrumentos bastante amplia, pero todos ellos contribuyen a crear una especie de bruma, un sonido que nos resultará familiar si estamos acostumbrados a los trabajos de este autor y que queda bien ilustrado en la imagen de la portada, en títulos como Music of the air, o en la pieza de videoarte que ilustra el tema Castrati stack. Es un disco color azul y violeta, un disco para ser olido más que escuchado, para ser más sentido que entendido, un lugar adecuado para meditar, para tomar distancia del mundo sin salir de él.

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