Imagen extraída de Trois souvenirs de ma jeunesse (Nos arcadies), Arnaud Desplechin, 2015. |
Sin el amor,
dudo mucho que pudiera existir el arte. Entiendo como amor a esa fuerza
irracional que nos arrastra irremediablemente a perseguir un objetivo ideal que
es el origen de toda nuestra dicha y nuestra miseria. Por eso el arte es eterno:
nunca perfecto. Y el amor, también: nunca satisfecho. Así pues, si todos somos
alguna vez presas de esa fuerza titánica, si eso es en buena parte lo que nos
hace humanos, todos deberíamos de ser capaces de empatizar con los
protagonistas de esta película: Trois
souvenirs de ma jeunesse, subtitulada
Nos arcadies.
La última
película de Arnaud Desplechin es una de las más románticas, en el sentido
delirante del término, que, a juicio de un servidor, nos ha dado Francia
últimamente. En sus dos horas de desarrollo, Trois souvenirs de ma jeunesse hace un recorrido por algunas
escenas de la vida de Paul Dédalus, centrándose en su historia de amor con
Esther, que ocupa casi la totalidad del metraje. Paul se nos presenta como un
personaje en parte determinado por sus circunstancias. Una infancia difícil
tendrá consecuencias en su adolescencia y en su juventud, y su vida será como
una gran bola de nieve en la que los recuerdos lo acompañarán hasta la adultez,
desde la que echará la vista atrás sobre sus años pasados. Pero todo esto no
nos interesa demasiado. Nos interesa Esther, el objeto de la obsesión de Paul
Dédalus, uno de los personajes femeninos más atrayentes que he visto nunca en
una película.
Esther,
interpretada por la guapísima y jovencísima Lou Roy-Lecollinet, es un personaje
con muchas capas. En un inicio, se nos presenta como una mujer confiada, segura
de sí misma, capaz de obtener lo que sea de quien sea, una femme fatale capaz de tener a varios hombres a sus pies al mismo
tiempo sin dar tregua a ninguno, y capaz de romperles el corazón por cualquier
giro caprichoso del destino. Hasta que conoce a Paul. La unión de estos dos
personajes hará que sus vidas cambien para siempre. La atracción se convertirá
en deseo, el deseo en pasión, la pasión en amor, el amor en necesidad, la
necesidad en delirio, el delirio en enfermedad, y la enfermedad…
Puede
parecer hasta ahora que estoy hablando de una cinta romanticona del montón, sin
nada que la haga especial, y quién sabe, a lo mejor lo es, su guión es
desequilibrado (de esos tres recuerdos de juventud, dos de ellos se resuelven
en treinta minutos y el tercero se desarrolla durante una hora y media), los
personajes son a veces incoherentes con sí mismos, llenos de contradicciones…
¿Pero acaso es la vida perfectamente equilibrada, acaso no somos un amasijo de
contradicciones? Aunque habrá quién me lleve la contraria, yo pienso que esta
es una película realista, que este tipo de amor, o mejor dicho, esta forma de
percibir el amor, existe, y no hay mejor forma de reflejarla en el cine que
como lo hace Arnaud Desplechin en esta película. La historia de Esther se
dilata en el tiempo, se lleva al extremo, se hiperboliza hasta hacerte estallar
el corazón, porque así es el amor adolescente, ese rapto, esa soberbia y ese
idealismo febril; esta película capta a la perfección ese enamoramiento
adolescente capaz de hacer que te falte el aire, que sientas que te mueres si
no estás con la persona a la que amas.
Para lograr
esa sensación de estar al borde del precipicio, ese sentimiento desbocado, el
director se vale de la música en los momentos más delicados; se vale también de
un lenguaje lleno de adornos y ripios, hace que sus personajes hablen como si
estuvieran en una novela, con ese uso de las cartas, esos monólogos románticos
de Paul como el de la escena del museo, en la que compara a Esther con todos
los elementos de una obra de arte; se vale asimismo de la fotografía, con esos
planos maravillosos de París, y lo siento por escribir así, sin parar, sin usar
prácticamente puntos, pero así debe hablarse de una película como esta,
dominado por la fiebre del romanticismo, se debe escribir con una verborrea
incontrolable que te lleve a alargar las frases hasta el infinito porque los
sentimientos te sobrecogen y no hay manera de expresar todo lo que sientes así
que empiezasaescribirtodoloquesetepasaporlacabezaypormuchoquelointentasnopuedesniaproximartesiquieraaloquequieresdecir.
En fin. Así es Trois souvenirs de
ma jeunesse. Una
película imperfecta para amantes imperfectos. Amen, así, sin tilde. No me digan
que no se lo avisé.
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