29/7/16

RAÍCES: sábado de poesía en la Algameca Chica

La Algameca Chica
Los niños juegan en la calle, sopla un suave viento de levante y el sol comienza a bajar, poco a poco, acercándose al horizonte, pero aún hace algo de calor: tampoco demasiado. No es la estación de las frutas de agua, pero seguro que, en algún armario escondido en alguna de las barracas, se puede encontrar el único ejemplar del poemario Tratado de olivas de mar existente sobre la faz de la tierra, esperando a ser descubierto, nunca leído, por el hombre paciente.

Sobre el escenario, Vega Cerezo y Ginés Piñero construyen la Ciudad Fragilidad con versos y canciones. La ciudad se tambalea ante las inclemencias del tiempo, los problemas técnicos de sonido en este primer recital de la jornada tampoco ayudan a dar consistencia a los cimientos de esta ciudad imaginada, pero Vega y Ginés no hacen caso, matan al viento que tira sus folios con una sonrisa cómplice, y siguen construyendo belleza aunque todo a su alrededor se muestre adverso. Finalmente, Ciudad Fragilidad brilla, a pesar de todo, y se presenta ante los asistentes como uno de los proyectos de música y poesía más hermosos y mejor articulados de los que han pasado por el festival. Comparto con vosotros uno de los fragmentos que más me gustaron de los que componen esa ciudad poética, el de la estación de las frutas de agua.

Tocados por la lluvia (Yo soy un país)

Comienza la estación de las Frutas de agua en Ciudad Fragilidad. 

Odio que esta ciudad viva con tanta intensidad sus estaciones, sobre todo la de las Frutas de agua. Aborrezco este calor exasperante que condena la ciudad al silencio y la despuebla como una peste asoladora. 

Arde Ciudad Fragilidad suspendida en un paréntesis letal cuyo único resquicio de vida es el monótono cantar de las chicharras. 

Cae al fin la noche y engrandece el murmullo bajo la nocturna tregua mientras las calles recuperan su pulso. Gentes que pasean, que llenan las terrazas de las cafeterías del Paseo de La Pólvora, ruido de coches, de niños jugando en los parques, de tertulias a la puerta de las casas. Vibra Ciudad Fragilidad ansiosa por robarle a la oscuridad lo que el día le negó. Y nosotros -my love- que estamos mojados, que siempre anduvimos mojados, paseamos como dos noctámbulos más por la bella Ciudad Fragilidad. 

Pero echamos tanto de menos la lluvia, 

la añoramos tanto que dudo si lograremos sobrevivir a la larga Estación de las Frutas de agua 

en Ciudad Fragilidad.

Antes de bajar del escenario, Vega echa la vista al frente, recorre el horizonte de barracas con los ojos, y reconoce no haber estado nunca en ese lugar, agradece que el escenario esté situado de tal modo que ofrezca una vista amplia del pueblo, de sus casas, de su gente, y del mar que lo baña todo.

A continuación, toma el relevo Diego Sánchez Aguilar, quien, al igual que Vega y Ginés, nos trae un proyecto homogéneo, conceptual y bien consolidado: el poemario (aún inédito) La cadena del frío. Sube al escenario sin grandes pretensiones, con unas gafas de sol, los poemas y su voz, nada más. El capitalismo caníbal, la nada y el frío que poco a poco lo van envolviendo todo y llenándolo de un vacío desasosegante, Kid A como la banda sonora del fin del estado de bienestar, como el himno de la explosión de la burbuja inmobiliaria, como las torch songs del fin de toda esperanza, como la música que desenmascara la mentira en que vivimos inmersos, la lluvia, la nieve, el hielo… Todo ello está contenido en La cadena del frío, un poemario que, tomando como elemento principal un disco de música, construye una visión filosófica densa y pesimista, donde el lenguaje se libera y la lógica pasa a un segundo plano, y el fluir de la consciencia se apodera del escritor en pasajes extraordinarios como el poema basado en Idioteque, o el de National anthem. Lo único que este coyote echó en falta durante el recital fue la posibilidad de acceder posteriormente al poemario impreso para leerlo con tranquilidad, pues en una lectura en voz alta uno tiene la impresión de que buena parte de lo que oye se le escapa entre los dedos. Así que desde Espacio Coyote animo a Diego a publicar La cadena del frío. Comparto con vosotros, cortesía del autor, uno de los poemas que componen este poemario, titulado Tercera reflexión sobre la lluvia, titulada “Una nueva droga para toda la familia”, espero que os guste tanto como a mí.

Tercera reflexión sobre la lluvia, titulada “Una nueva droga para toda la familia”

Lo avisaron en la tele.
Está lloviendo.
Lo dices, lo piensas. Está lloviendo.
Las secadoras vibran
en la unánime tarde de la clase media.

Hay colores, en la ciudad, que solo pueden escucharse bajo la lluvia.
Luego se olvidan, como si los hubiéramos soñado.
(También se olvida la muerte, hasta que empieza de repente.)

Los paraguas no se anuncian en televisión.
Salen clandestinamente a la calle
cuando llueve, se venden a tres euros
y luego desaparecen, cargados con nuestras almas,
como un disco dentro de su funda.

Debería haber una droga que te hiciera sentir que está lloviendo eternamente.
Qué gran negocio, vender este simulacro de alma:
mojada por dentro, inmensa por fuera.
¿Quién no compararía un gramo de fe, un éxtasis de intemperie?
¿Quién no quiere ponerse bien ciego de mundo,
de cielo, de distancia?
Una pequeña pastilla, con forma de lágrima,
con forma de paraguas diminuto, de unos colores increíbles.

Está lloviendo.
Y tú estás en la ventana.
Y decir
“las hojas de mi ventana
se llenan de la escritura de la lluvia”
te parece bonito y te da asco,
en virtud de una ética de cuya sinceridad dudas seriamente
(a lo mejor solo es una moda,
a lo mejor estás confundiendo ética y estética).

No sabes de dónde viene la lluvia
es decir, no sabes qué significa.
Es decir,
no sabes qué relación hay entre la lluvia y tú,
entre la lluvia y tu casa, tu trabajo,
tus zapatos recién comprados,
a un precio inmejorable.

No existe tu lluvia.
Te gustaría poder decir mi lluvia,
y sabes inmediatamente después que eso es imposible,
y que tal vez es bueno que así sea.

Para que significara algo, debería poder venderse la lluvia.
Hacer una droga, encapsular este préstamo de alma.

O hacer turismo.
Siete días, seis noches,
en el perdido reino de la lluvia.
Hacer anuncios en la tele. Olvídese de todo.
Tú, en el centro, con los ojos cerrados.
Purifique su alma, su nombre y su conciencia.

No hay ningún anuncio.
Solo estos golpes leves de transparencia.
No hay ningún producto, solo miles de metáforas
asediando la melancolía
como hormigas alrededor de una gota de veneno.

El dibujo de aquellos libros de geografía.
Las flechas cálidas de la evaporación, ascendiendo;
las flechas frías de la precipitación, cayendo al mismo azul.
Un ciclo cerrado:
todo vuelve al mar y la memoria.

Tú, en el centro de ese dibujo,
atravesado por las flechas,
lleno de filtraciones.

Nadie sabe nada de la lluvia.
Poetas y agricultores nunca se pondrán de acuerdo.

Las flechas de la evaporación, atravesando tu costado.
Tú, en el centro, enfriado en las capas altas de la atmósfera, cayendo.
Tú, en el centro, lleno de filtraciones, evaporándote.

Tras Diego, llega el turno de oír recitar a Ángel Paniagua, un recital en el que el amor, el tiempo, el deseo, el abatimiento y la nostalgia van haciéndose protagonistas de un viaje que va desde la luz hacia la oscuridad. Con un tono solemne, sus versos, más que cantar, narran historias en las que el deseo y la frustración están en constante lucha, y el tiempo  se presenta como una fuerza que nos aleja y nos separa. A continuación comparto con vosotros el poema Amor que tan tarde llamas, I, texto que estará presente en el próximo poemario que publicará Ángel Paniagua y del cual pudimos escuchar el comienzo el pasado sábado en la Algameca Chica. Comparto este poema concretamente, además de por ser el que no pudo acabar de recitar in situ, también por ser un poema que siento terriblemente real y sincero. Es un poema que resume todo lo que he dicho hasta ahora, en el que la problemática del paso del tiempo y el desencanto amoroso son el tema principal, es un diálogo interior  en el que se ponen todas las cartas sobre la mesa, ofreciendo un reflejo abatido y cansado de ese yo poético a veces tan cercano y a veces tan ficticio con respecto al yo real. Y sin embargo es triste, porque el amor, en realidad, no llama tarde, o al menos no como yo lo veo. El amor llama, y es el miedo el que no le abre la puerta, el miedo al rechazo, la culpa, la vergüenza, el asco, todas esas cosas preciosas que nos dejó el cristianismo, todo ese miedo que nos da salir del esquema tradicional de amor, ese miedo a ser juzgados y condenados, ese miedo que destruye sueños y envenena la ilusión de vivir.

Amor que tan tarde llamas, I

Nadie ha dicho que quieras estar solo,
que la luz no te guste o que los pájaros
no alegren tus oídos cuando cada
amanecer de nuevo te despiertan
a la vida. No ha dicho nadie aún
—o no has oído a nadie tú decirlo—
que el amor no te importe ya, que el tiempo
de la felicidad junto a otro ser,
que la constancia hiriente y deliciosa
del deseo por otro ser —el mismo
cada noche— los creas ya imposibles,
acabados; que sientas que esos días
de plenitud que alguna vez viviste
no puedan regresar, o tú no puedas
vivirlos otra vez intensamente...

¿Por qué entonces ese aire derrotado
que esconden tus sonrisas? ¿Por qué esa
desconfianza hacia todo lo que te hace
sentir pleno y alegre? ¿Por qué ese
rechazo empecinado y ese no
querer dejarte llevar de nuevo, darte
por completo a quien te demuestra afecto,
cariño o simpatía...?
Nada tengo
—te dices—
, ¿que podría yo ofrecer
a quien quisiera amarme? Pero sabes
o intuyes que tal vez no sea esa
la razón de tu oscuridad, el fuego
donde tu miedo arde y te consume...

Tienes muchos amigos que comparten
sus vidas con parejas muchos años
más jóvenes, y sin embargo piensas
que sería imposible —o muy difícil—
que llamara a tu puerta uno de ellos,
alguno de esos jóvenes que buscan
tu compañía y tus conocimientos
y pasarían horas escuchándote
contarles aventuras y experiencias
que no han vivido aún...
Tan sólo eso
les importa —te dices—. Cualquier mínimo
atisbo de otra cosa por mi parte
despertaría en ellos un rechazo
que sería incapaz de soportar.
Nada pierdo —te insistes— disfrutando
de lo que pueden ofrecerme, sin
esperar nada más... Pero la hoguera
se aviva en ti con cada hora que pasas
con ellos, y al arder produce el miedo
cenizas que ya tienen otros nombres:
escepticismo, decepción y —sobre
todo— resentimiento y amargura.

Nadie ha dicho que yo quiera estar solo,
que la luz me disguste o me moleste
el canto de los pájaros hermosos
que alrededor de mí revolotean
y junto a mí se posan a comer
el alpiste que yo puedo ofrecerles
en mi mano. Después se van. Ninguno
quiere quedarse junto al viejo flébil...

¡Guarda silencio pues, conciencia crédula,
estúpida optimista, y no cuestiones
el frágil equilibrio, no quebrantes
las precarias defensas que a lo largo
de los años he ido construyéndome!

Finalmente, llega la hora de la clausura, queda un último recital, no por ello menos importante, se trata de Antonio Marín Albalate. Como acostumbra a hacer, sube al escenario un poco destartalado, aunque intenta organizarse, la cosa le sale un poco loca, pero con la espontaneidad, la sinceridad y la cercanía que lo caracterizan, dando por tanto el cierre perfecto a la noche, con un recital liviano en la forma pero profundo en su contenido. Abre su recital con la lectura del poema de Rafael Alberti El mar, la mar, evocando ese mar que tan cercano vive la gente en la Algameca, y a partir de ahí, da paso a otras temáticas, sobre todo de protesta social, poemas de trinchera para hacer algo de ruido en un mundo en constante guerra silenciosa. Para despedirme, quisiera compartir con vosotros este poema de Antonio Marín Albalate, en homenaje al gran Leopoldo María Panero.

Cambio de tiempo
Para Luis Eduardo Aute y
Carlos, Solito Trovador,
giralunas de la amistad.
Y para Leopoldo María Panero,
 in memoriam.
Entre brújulas locas de afonía
gritándole a la nada,
giralunas en el eje del huracán:
tor-pedo, desnortado fantasma, estoy.

Campanilla yace violada al pie
de El árbol del ahorcado.
Wendy se arrodilla ante la verga
de Peter Pank. Satán es un loquero
kamikace que sueña con destruir
la Capilla Sixtina.
Los cuervos devoran palomas
en la Plaza de San Pedro, ahora
laguna de sangre para el vampiro.
El papa baila y la mama,
solailolailo lolailolá.
Neverland ya no existe.

El Vaticano es la pesadilla
de Los Niños Perdidos.
La pesadilla se muerde la cola.

Murió Leopoldo María Panero.
Solloza el uni-verso, intemperie
del poema, agujero negro llamado
derrota y Nevermore.

Un ciervo herido cruza la sombra 
sin hueso del desierto. Bambi llora 
su fracaso, ante la selva arrasada.


Estoy, infierno y nadie,
entre las flores del fuego que el viento
de la noche aviva emboscándolo todo;
con la dignidad del miedo en la mirada,
mientras aguardo un cambio de tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario