12/7/16

Recomendación del día: Field of reeds, de These new puritans

Portada de Field of reeds, These new puritans, 2013.

Para mí es una tarea difícil y, a menudo, inútil, la de intentar catalogar a un grupo musical dentro de una etiqueta concreta, pues cuando crees haberlo conseguido, el grupo en cuestión te demuestra que te has equivocado, que reducirlo todo a un adjetivo es absurdo. Sin embargo, creo que abordar esta problemática para intentar hablar de un disco como Field of reeds puede ser un buen punto de partida, precisamente para ayudar al lector a tomar consciencia de que la música a la que se va a enfrentar durante la escucha de este disco es, básicamente, inclasificable.

Me preguntaban hoy en clase de inglés qué tipo de música me gusta escuchar y me daba la risa (suele pasar en general con cualquier pregunta que me hagan en clase de inglés, por otro lado), pero bueno, tras pensármelo un poco respondí que me gusta la música cuando la música me sorprende. Y Field of reeds me sorprendió. Podríamos intentar clasificarlo como una mezcla de jazz, rock y trip-hop; decir que suena a los 90’, a los 60’ y al siglo XVI; decir que es post-rock y quedarnos tan a gusto (post-rock, esa etiqueta que siempre vale porque no identifica a nada en concreto). Pero veo más fácil decir que es música y punto, y reservar ese nombre, el de música, para aquellas producciones sonoras capaces de sorprendernos de un modo u otro, clasificables como artísticas.
Hay muchas cosas que me gustan en este disco, pero la primera que me viene a la mente al pensar en él es la variedad de instrumentos empleados en él y la originalidad con la que aparecen. Escuchamos cuerdas, instrumentos de viento metal y de viento madera, y no es música clásica, no es rock, y desde luego, no es esa cosa histérica que se ha venido catalogando como rock sinfónico (todos mis respetos hacia ese género musical, por cierto, que yo me he emocionado con Nightwish como el que más). Es algo distinto, más cercano a lo que hacen agrupaciones como Radiohead o Sigur rós que a cualquier otra cosa (y aún así, bastante lejos de lo que hacen esos dos).
El disco se abre con un tema titulado This guy’s in love with you, y es probablemente la versión más extraña que se ha hecho del tema de Herp Alpert. Una voz femenina recita los versos de la canción original y la percibimos lejana, la percibimos como en un sueño, los versos dan vueltas sobre sí mismos, la canción no avanza, y el piano repite los dos mismos acordes una y otra vez, acordes que suenan a obertura, que invitan a entrar. Poco a poco otros instrumentos se van abriendo paso en la mezcla, hasta que finalmente llegamos al clímax con la trompeta del final, dando paso al siguiente tema.
Field of reeds es un disco bastante variado, pero hay un tono, un sentimiento o una atmósfera que recorre todo el disco dándole unidad. Es esa serenidad onírica, ese verde aceituna y ese azul océano, ojos abiertos mirándote a la cara, estampidas confusas entre árboles y matorrales, casas encantadas, luces apagadas, espíritus que abandonan el cuerpo y deciden sentarse sobre el polvo del tiempo a tocar una lúgubre balada de trompeta. La niebla está presente en prácticamente todo el disco, y aunque hay momentos de luz, como Fragment two o Organ eternal, el tono general es oscuro. Y es ese ambiente único, medio encantado, medio siniestro, medio animal, una de las mayores virtudes de este disco, lo que lo hace especial a mi entender.
Musicalmente hablando, como venía diciendo antes, es muy variado, y parece que cada instrumento tiene su momento: el piano y la batería en Fragment two, los coros en el tema de cierre, los vientos en Nothing else, el sintetizador en Organ eternal, el clarinete en el cierre de Spiral… Sin embargo, las canciones forman un todo lleno de estructuras complejas, acordes inesperados (tomemos por ejemplo todos los cambios de tono y giros que hay en los primeros minutos de V (island song), o el extraño y multiorgásmico estribillo de The light in your name, uno de los momentos culmen del disco, también de los más oscuros, a pesar del título). Mención aparte se merece la voz de Jack Barnett, que emula por momentos a Thom Yorke (el estribillo de V (island song)), que a veces susurra, a veces grita, pero nunca se impone con superioridad sobre el resto de instrumentos, es uno más, y dialoga con ellos con solemnidad.

En fin, en resumidas cuentas, es un disco oscuro y único, y en el fondo no es más que la culminación de un trabajo que ya dio grandes frutos en Hidden (These new puritans, 2010, algún día os hablaré de él). No es un disco que entre en la primera escucha, pero sí intriga desde el primer instante, y esa intriga te obliga a seguir escuchándolo, y esas escuchas sucesivas te llevan a decodificar el laberinto de sonidos que conforma este disco, encontrar el tesoro escondido en el corazón de sus pasillos. 

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