Portada de Field of reeds, These new puritans, 2013. |
Para
mí es una tarea difícil y, a menudo, inútil, la de intentar catalogar a un
grupo musical dentro de una etiqueta concreta, pues cuando crees haberlo
conseguido, el grupo en cuestión te demuestra que te has equivocado, que
reducirlo todo a un adjetivo es absurdo. Sin embargo, creo que abordar esta
problemática para intentar hablar de un disco como Field of reeds puede ser un buen punto de partida, precisamente
para ayudar al lector a tomar consciencia de que la música a la que se va a
enfrentar durante la escucha de este disco es, básicamente, inclasificable.
Me
preguntaban hoy en clase de inglés qué tipo de música me gusta escuchar y me
daba la risa (suele pasar en general con cualquier pregunta que me hagan en
clase de inglés, por otro lado), pero bueno, tras pensármelo un poco respondí
que me gusta la música cuando la música me sorprende. Y Field of reeds me sorprendió. Podríamos intentar clasificarlo como
una mezcla de jazz, rock y trip-hop; decir que suena a los 90’, a los 60’ y al
siglo XVI; decir que es post-rock y quedarnos tan a gusto (post-rock, esa
etiqueta que siempre vale porque no identifica a nada en concreto). Pero veo
más fácil decir que es música y punto, y reservar ese nombre, el de música,
para aquellas producciones sonoras capaces de sorprendernos de un modo u otro,
clasificables como artísticas.
Hay
muchas cosas que me gustan en este disco, pero la primera que me viene a la
mente al pensar en él es la variedad de instrumentos empleados en él y la
originalidad con la que aparecen. Escuchamos cuerdas, instrumentos de viento
metal y de viento madera, y no es música clásica, no es rock, y desde luego, no
es esa cosa histérica que se ha venido catalogando como rock sinfónico (todos mis respetos hacia ese género musical, por
cierto, que yo me he emocionado con Nightwish como el que más). Es algo
distinto, más cercano a lo que hacen agrupaciones como Radiohead o Sigur rós
que a cualquier otra cosa (y aún así, bastante lejos de lo que hacen esos dos).
El
disco se abre con un tema titulado This
guy’s in love with you, y es probablemente la versión más extraña que se ha
hecho del tema de Herp Alpert. Una voz femenina recita los versos de la canción
original y la percibimos lejana, la percibimos como en un sueño, los versos dan
vueltas sobre sí mismos, la canción no avanza, y el piano repite los dos mismos
acordes una y otra vez, acordes que suenan a obertura, que invitan a entrar.
Poco a poco otros instrumentos se van abriendo paso en la mezcla, hasta que
finalmente llegamos al clímax con la trompeta del final, dando paso al
siguiente tema.
Field of reeds es un disco bastante variado,
pero hay un tono, un sentimiento o una atmósfera que recorre todo el disco
dándole unidad. Es esa serenidad onírica, ese verde aceituna y ese azul océano,
ojos abiertos mirándote a la cara, estampidas confusas entre árboles y
matorrales, casas encantadas, luces apagadas, espíritus que abandonan el cuerpo
y deciden sentarse sobre el polvo del tiempo a tocar una lúgubre balada de
trompeta. La niebla está presente en prácticamente todo el disco, y aunque hay
momentos de luz, como Fragment two o Organ eternal, el tono general es
oscuro. Y es ese ambiente único, medio encantado, medio siniestro, medio
animal, una de las mayores virtudes de este disco, lo que lo hace especial a mi
entender.
Musicalmente
hablando, como venía diciendo antes, es muy variado, y parece que cada
instrumento tiene su momento: el piano y la batería en Fragment two, los coros en el tema de cierre, los vientos en Nothing else, el sintetizador en Organ eternal, el clarinete en el cierre
de Spiral… Sin embargo, las canciones
forman un todo lleno de estructuras complejas, acordes inesperados (tomemos por
ejemplo todos los cambios de tono y giros que hay en los primeros minutos de V (island song), o el extraño y
multiorgásmico estribillo de The light in
your name, uno de los momentos culmen del disco, también de los más
oscuros, a pesar del título). Mención aparte se merece la voz de Jack Barnett,
que emula por momentos a Thom Yorke (el estribillo de V (island song)), que a veces susurra, a veces grita, pero nunca se
impone con superioridad sobre el resto de instrumentos, es uno más, y dialoga
con ellos con solemnidad.
En
fin, en resumidas cuentas, es un disco oscuro y único, y en el fondo no es más
que la culminación de un trabajo que ya dio grandes frutos en Hidden (These new puritans, 2010, algún
día os hablaré de él). No es un disco que entre en la primera escucha, pero sí
intriga desde el primer instante, y esa intriga te obliga a seguir
escuchándolo, y esas escuchas sucesivas te llevan a decodificar el laberinto de
sonidos que conforma este disco, encontrar el tesoro escondido en el corazón de
sus pasillos.
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