27/5/16

We have to feel the pain to know we are in love: Reseña de 山河故人 (Mountains may depart), de Jia Zhangke

Imagen extraída de 山河故人 (Mountains may depart), Jia Zhangke, 2016.
Esta semana llegó a mis manos la última película de Jia Zhangke, 山河故人 (Mountains may depart), una película dividida en tres tiempos (1999, 2014 y 2025), que nos narra la vida de tres personajes, desde sus amores de juventud hasta sus vidas adultas. Pero lo que comienza como un film de triángulo amoroso algo naïf y sensiblero acaba transformándose en un tratado sobre el desencanto, un ejercicio extraordinario de reflexión crítica, una mirada dolorosa pero necesaria hacia el devenir de nuestra sociedad.
Tao es una chica optimista e inocente que comparte amistad con Zhang y Liangzi. Zhang es un empresario prometedor, se acaba de comprar un coche, estamos en China en 1999, apenas se ven automóviles por la calle, el nuevo milenio está a punto de comenzar y Zhang está preparado para abrazar ese futuro brillante que nos han prometido a todos. Por otro lado, Liangzi es un trabajador de una mina, una persona humilde que aspira a ser feliz con lo que tiene. Ambos amigos están enamorados de Tao, y Tao tendrá que decantarse por uno de los dos.
Esta es la premisa sencilla de la que parte山河故人 (Mountains may depart), pero es solo eso, una premisa. A partir de estos tres personajes Jia Zhangke construye una historia que trasciende las vidas de sus protagonistas,  donde la cuestión de cómo el proceso globalizador afecta a las relaciones humanas adquiere un papel central.
Durante las dos horas que dura la película somos testigos de la disolución de los personajes en su medio, y una de las virtudes de la cinta es la cantidad de recursos con los que cuenta su autor para transmitirnos esa sensación de desindividualización, algunos tan sutiles como los cambios de ratio entre las tres secuencias temporales en que se divide la trama principal (al comienzo los personajes quedan enmarcados en un antropocentrista ratio 4:3, y al finalizar la película contemplamos el mundo en visión panorámica, más apta para observar paisajes que para observar personas).
Otro recurso destacable en el desarrollo de la película lo constituyen las escenas intercaladas, que nos permiten tomar cierta distancia del trío protagonista y sumergirnos en el mundo en el que se desarrolla la trama. Especialmente interesante resulta la escena en la que un avión se estrella contra el suelo, quedando destrozado ante los ojos de Tao, que no hace nada. Vemos cómo ocurre esto en un momento determinado de la película, y no volvemos a saber nada de este suceso. Estamos acostumbrados a que pasen cosas muy bestias a nuestro alrededor y las aceptemos como algo normal, apartar la vista si eso, pasar a otra cosa. Otras escenas intercaladas que enriquecen la película son las dos en las que aparece el niño con la lanza caminando por la calle solo, nunca sabemos a dónde va ni de dónde viene, ¿a por el enemigo? Es curioso que, la primera vez que aparece, es un niño y atraviesa una calle muy concurrida (pero a pesar de haber tanta gente, está perfectamente claro que el niño está solo), y cuando vuelve a aparecer ya es un adulto, pero sigue caminando con su lanza al hombro, aunque ya no hay gente por la calle. Este niño podría ser representación de un pueblo que avanza hacia el progreso sin darse cuenta de que tal progreso no es más que un espejismo, y al final solo le queda la necesidad desesperada de avanzar, aunque sea evidente que ese avance es improductivo, que lo lleva directamente hacia la nada. Admite muchas interpretaciones la presencia ocasional de este personaje, pero está claro que este tipo de escenas no son simple relleno, cumplen una gran función simbólica.
Imagen extraída de 山河故人 (Mountains may depart), Jia Zhangke, 2016.
Imagen extraída de 山河故人 (Mountains may depart), Jia Zhangke, 2016.
En la última secuencia temporal, la de 2025, cobra gran importancia la cuestión del lenguaje asociada a la pérdida de una identidad nacional (e incluso familiar). Vemos cómo un niño que desde su mismo nacimiento ha sido marcado con el hierro candente del capitalismo (su nombre es Dólar) no es capaz de comunicarse con su propio padre y precisa de la intervención de una traductora. Por supuesto, la del lenguaje no es la única barrera que se interpone entre estos dos personajes, pero es una barrera importante, es un síntoma de los tiempos: al final, todo lo que queda es soledad, un mundo en el que todos están comunicados, pero terriblemente solos. Lo único que alivia al espectador en este tramo de la película es la relación amorosa intergeneracional que surge entre dos personajes, una de esas que raramente vemos en el cine, tratada con sensibilidad y naturalidad (quitando películas como Gerontophilia (Bruce LaBruce, 2013), Harold & Maude (Hal Ashby, 1971) y 言の葉の庭 (The garden of words) (Makoto Shinkai, 2013), no son muchos los ejemplos en los que este tipo de relaciones se traten como algo sano y natural, cuando aparecen relaciones de este tipo suelen seguir más el esquema de El graduado (Mike Nichols, 1967), que no favorece en absoluto a la eliminación del tabú y normalización de esta realidad). La relación que surge entre estos dos personajes es lo más humano que encontramos en ese mundo deshumanizado, la mujer mayor aporta la esperanza de un retorno a los orígenes, ella es el puente que puede conectar a Dólar con su propia cultura perdida, le puede ayudar a recuperar a su familia y salir de su vida automática, ese vacío existencial en el que se encuentra sumergido y que le impide tener aspiraciones.

Para finalizar esta reseña, con la que al fin queda inaugurada la sección de cine de Espacio coyote, habría que hacer mención también al empleo de la música, y más concretamente, al uso que se hace de Go west, la canción de los Pet shop boys, una canción que surge al inicio de la cinta como una promesa de futuro y prosperidad y que se repite más adelante con un significado totalmente distinto, aportando una fuerza emocional a las imágenes muy difícil de conseguir de ningún otro modo. Iremos a occidente, allí donde la vida es tranquila, iremos a occidente, al aire libre, iremos a occidente, donde el cielo es azul, iremos a occidente, eso es lo que haremos. No hace falta decir más.

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